Mi hija de 14 años entra por la puerta, deja caer su mochila, sube corriendo las escaleras y entra en mi oficina donde estoy trabajando para cumplir con un plazo. No toques. No “disculpe”. Se arroja dramáticamente en la silla adicional y comienza a hablar sobre el examen de fĂsica que cree que le fue bien y sus planes para el fin de semana.
Mis dedos se ciernen sobre el teclado mientras mi cerebro me ruega que termine de escribir el párrafo que estoy escribiendo. En cambio, cierro los ojos, guardo mi documento y me giro para mirar a mi hija llena de lágrimas. Es raro que me interrumpa estos dĂas, asĂ que cuando lo haga, sĂ© que tengo que aceptarlo.
Cuando mis hijas eran pequeñas, ansiaba minutos ininterrumpidos de, bueno, cualquier cosa: unos minutos para terminar mi cafĂ© mientras todavĂa estaba caliente, 10 minutos por telĂ©fono con mi mejor amiga en todo el paĂs, un minuto y medio miserable para orinar solo detrás de una puerta cerrada, y si me sentĂa con suerte, otros cuatro minutos para ducharme sin un niño con la cara roja presionada contra la puerta de la ducha mirando a mi hoo-ha y gritando por un bocadillo.
En aquel entonces, no pude conseguir cualquier cosa Hecho y mucho menos encadenar una oración coherente sin que un niño demande mi atención.
Ser interrumpido todo el tiempo era enloquecedor. Anhelaba unas horas para hacer lo mĂo, permanecer en tierra en una corriente de pensamiento ininterrumpido o terminar una tarea de principio a fin. Tan pronto como pudieron entender razonablemente el concepto, les enseñé a mis hijas a esperar, ser pacientes, llamar a una puerta cerrada y decir “disculpe” cuando estaba ocupado o hablando con otro adulto. Lo intentaron, realmente lo hicieron, pero dejar de lado sus deseos inmediatos no fue algo natural, incluso cuando era apropiado para el desarrollo.
Finalmente, las chicas recibieron el mensaje: a menos que la casa se incendiara, alguien hubiera perdido una extremidad, o un elefante rabioso se dirigiera hacia nosotros, no deberĂan interrumpir de ninguna manera. Con el tiempo, mis chicas se convirtieron en expertas en no interrumpir. Fue solo cuando llegaron a la escuela secundaria que notĂ© que no era solo porque conocĂan el simulacro; TambiĂ©n fue porque no me necesitaban tanto.
Al principio, estaba loco por esta nueva realidad. Mis hijos se estaban volviendo independientes. PodrĂan resolver las cosas por su cuenta sin necesitarme constantemente. ¡Realmente podrĂa hacer una mierda! AumentĂ© mi juego independiente e hice más tiempo para hacer ejercicio. EncontrĂ© un poco de libertad al final del arcoiris de la maternidad.
Pero, como muchas cosas en la vida, la hierba siempre es más verde en el otro lado. Ahora mis hijos están en la escuela todo el dĂa. Hacen deportes y clases de arte y guitarra y grupos de jĂłvenes a todas horas. Están ocupados con la tarea, revoloteando para estar con amigos o socializando en lĂnea. Ahora tengo mucho tiempo para mĂ y, aunque lo aprecio, extraño a mis hijas. Una ironĂa agridulce, lo sĂ©.
Extraño sus voces de canto pidiéndome que los ayude a atar sus zapatos. Echo de menos sus cuerpos cálidos y cómodos enterrándose en mi regazo, incluso mientras trataba de tocar un último mensaje de texto. Echo de menos estar tendido en el suelo rodeado de bloques infinitos y ponis de plástico rosa con cabeza de muñeco. Echo de menos mojar las rodajas de manzana en miel y cortar cada costra de interminables sándwiches de queso y mantequilla.
A todos les gusta recordar a los padres que los dĂas son largos y los años cortos, pero maldita sea si eso no es verdad. AĂşn más cierto es que ahora que mis niñas están en la adolescencia, los años y Los dĂas son cortos. No voy a decirte que disfrutes cada momento de la maternidad porque eso es totalmente poco realista. Es bastante difĂcil apreciar ese momento en que su niño pequeño vomita en sus manos ahuecadas mientras espera pagar en Target. Todos sabemos que la maternidad es increĂble y horrible.
Lo que dirĂ© es que quiero abrazar los momentos interrumpidos que aĂşn suceden en mi casa. Muy pronto, estas chicas mĂas estarán fuera de la casa y en camino (cállate, porque tambiĂ©n vas a llorar). Hasta entonces, pueden sentirse libres de, por favor, interrumpirme.