Es nuestro primer dĂa en casa desde el hospital, mi hijo reciĂ©n nacido está llorando en mis brazos. Mis lágrimas se mezclan con las suyas mientras trato de alimentarlo. Hemos estado despiertos toda la noche. Lo amo con una fuerza que nunca antes habĂa sentido. Y aunque sĂ© que nunca puedo vivir sin Ă©l, estoy abrumadoramente nostálgico por mi vida antes que Ă©l. Su nuevo oso de peluche se sienta en el tocador en su habitaciĂłn azul, luciendo un poco solo. Me acerco y lo agarro, frotando sus orejas mientras finalmente me acomodo en un ritmo mientras lo cuido.
Él es 1, dando sus primeros primeros pasos. Él me mira cada vez que se mueve de la mesa de café al sofá y viceversa. Estoy tratando de no actuar demasiado emocionado, no sea que lo distraiga, pero requiere toda mi fuerza. El es muy orgulloso. Estoy muy orgulloso, pero luego me golpea: este nuevo bebé que tengo creciendo en mi barriga no va a tener el mismo primer año que pude darle. Me acerco a él. Estoy sosteniendo su querido oso de peluche que lleva consigo a todas partes. Se acerca a mi. Lo recojo y le digo lo orgulloso que estoy de que esté caminando ahora.
Él tiene 2 años y corre hacia mĂ con su osito de peluche, “Mamá, mamá”, tan ansioso por decirme cĂłmo lo alimentĂł con pasas. Quiere que sepa cada detalle. Estoy tratando de escuchar mientras cuido a su hermana. Solo puedo darle la mitad de mĂ, no parece darse cuenta ahora, pero sĂ© que lo hará más tarde. Se sienta a mis pies, con las piernas cruzadas, mira a Teddy y lo sigue alimentando.
Tiene casi 5 años, radiante cuando sale de su primer dĂa de jardĂn de infantes. “Me divertĂ tanto que no pensĂ© en ti en absoluto, mamá”. Estoy abrumado de alivio. Estaba tan nervioso por su gran dĂa. Pero todavĂa duele: su vida está a punto de crecer más que yo y nuestras cuatro paredes, y no sĂ© si estoy listo. Lo acurruco esa noche mientras Ă©l recapitula su dĂa una vez más, agarrando a Teddy.
Tiene 6 años. Estoy parado afuera de su salón de clases escuchándolo demostrar su último experimento para sus compañeros. Él está siendo ruidoso, un poco tonto, todos lo miran, pero él está seguro de ser quien es. No hay nada como verlo prosperar cuando no sabe que estoy mirando. Ya no lleva a Teddy, pero tiene que acostarse con él todas las noches.
Tiene 9 años. Lo saludo en la puerta despuĂ©s de la práctica de baloncesto y, por primera vez, huelo algo muy desagradable mientras beso la parte superior de su cabeza. Es hora de comprarle desodorante, y lo rompo de inmediato. SabĂa que este dĂa llegarĂa, pero ciertamente no lo esperaba tan pronto. Me está sonriendo: “Mamá, Âżpuedes olerme?” Está orgulloso y estoy tan agradecido que me obliga a sonreĂr en lugar de los sollozos que siento burbujear en mi garganta. Le enseño cĂłmo aplicar el desodorante despuĂ©s de su ducha esa noche. “Tal vez Teddy quiere un poco tambiĂ©n?” Él pone los ojos en blanco hacia mĂ. Claramente, Ă©l es demasiado viejo para tales tonterĂas.
Tiene 11 años. Su habitaciĂłn se está volviendo más desordenada cada dĂa. Se ha callado un poco Ăşltimamente. PreferirĂa pasar tiempo con sus amigos que pasar el rato con su familia la mayor parte del tiempo. Entro en su habitaciĂłn. Huele como cuando era un bebĂ© a pesar de todas las hormonas que crecen, cambian y explotan. Teddy está debajo de su cama. Lo levanto, lo devuelvo a la cama pensando que debe haberse caĂdo en la noche, y se preguntará dĂłnde está. Pero cuando regreso a la mañana siguiente para dejar su ropa despuĂ©s de que Ă©l haya ido a la escuela, encuentro al Teddy metido en su armario.
Tiene 13 años. Se levanta temprano para ir a la escuela. TodavĂa está oscuro afuera, y abro los ojos y lo veo caminando hacia el baño, solo que no parece que estĂ© mirando a mi hijo. Estoy mirando a un hombre con hombros anchos y talla 11 pies. Él llena la puerta. Susurro: “Buenos dĂas, bebĂ©”. Recibo un murmullo a cambio.
Se va por el dĂa. SĂ© que su sudadera no lo mantiene caliente en estas temperaturas bajo cero, pero lo dejĂ© aventurarse afuera sin decir una palabra al respecto. Si quiere tener frĂo, ese es su problema ahora. Entro en su habitaciĂłn, encuentro su osito de peluche y me aferro a Ă©l. Sin embargo, no se lo dirĂ©. No significará nada para Ă©l hasta que Ă©l sea padre, con niños que se están convirtiendo en hombres y mujeres jĂłvenes que murmuran en lugar de hablar, que no usarán abrigos en los dĂas helados y que ya no necesitan a Teddy.
SĂ, tal vez le dirĂ© entonces. Le contarĂ© acerca de cĂłmo estaba listo para dejar su Teddy antes que yo.