Ella me mira con los ojos enrojecidos y llenos de lágrimas. Miro como una lágrima se desliza hacia arriba y sobre su párpado y luego baja por su mejilla. Una vez que uno venga, seguirán viniendo, hasta que su camiseta esté mojada y su labio superior reluciente de desesperación, hasta que se pliegue en mis brazos sollozando, empapándome con ella. Es hora de acostarse y ella quiere amamantar.
Mi hija de 17 meses hace el letrero de la leche una vez más, sus pequeñas manos se abren y cierran, se abren y cierran, como si intentara conjurar la leche del aire. Lo que una vez me hizo pensar en un corral, las vacas manchadas alineadas, los cubos plateados llenos de crema blanca espumosa, yo mismo relegado a sus filas, un animal de granja de fábrica subestimado y con exceso de trabajo, una parte de la lĂnea de producciĂłn de la vida, ahora solo me pone triste . Las palmeras queriendo, los pequeños ojos suplicantes, cuando no tengo nada más que dar, me pone muy, muy triste.
“Todo el mundo habla de lo difĂcil que es la lactancia materna”, dijo mi querido amigo por correo electrĂłnico el otro dĂa cuando intercambiamos notas sobre la interrupciĂłn, “pero nadie dice que el destete es tan difĂcil”.
Una vez que superĂ© el dolor espeluznante de las primeras semanas de amamantamiento, una vez que superĂ© el temor de no estar ganando lo suficiente, planeĂ© amamantar a mi hija durante seis meses al principio, y luego un año, luego “por el tiempo como puedo “, hasta que finalmente, alrededor de los 15 meses, me decidĂ por 2 años, la edad a la que la OrganizaciĂłn Mundial de la Salud recomienda, la edad en la que esperaba que ella entendiera mejor que era el momento, o mejor aĂşn , decide detenerse sola. Me sentĂ bendecida de poder amamantar, pero a decir verdad, no pensĂ© que me encantĂł o que incluso me gustĂł tanto. Tableros de enfermera. Sujetadores de enfermerĂa. Fundas de enfermerĂa. TonterĂas de enfermerĂa. Pero luego, de la nada, cuando realmente menos lo esperaba, especialmente con un historial de fertilidad menos que estelar, descubrĂ que estaba embarazada.
En esas primeras semanas frágiles de este nuevo embarazo, me preocupĂ© e investiguĂ©, pero todos juntos todavĂa me sentĂa bien. Mi oferta no habĂa cambiado. TodavĂa estaba tan bien como uno puede ser despertarme en medio de la noche con una aspiradora de bebĂ©s y niños que tiene hambre de pecho. Pero cuando el combo de náuseas y vĂłmitos me golpeĂł como una avalancha y la lactancia nocturna me cansaba tanto durante el dĂa que apenas podĂa mantener los ojos abiertos, y mucho menos cuidar de una mini persona que caminaba, hablaba, corrĂa y escalaba. SabĂa que el destete era necesario para mi cordura y mi salud.
Todo el tiempo, a mi amiga, con quien comparto un pasado similar con infertilidad, y cuyo niño pequeño se acercaba a la edad de oro de 24 meses, le dijeron que para comenzar el tratamiento para concebir un segundo hijo tambiĂ©n tendrĂa que destetar. Y fue entonces cuando, para mi sorpresa, me di cuenta de que si me habĂa destetado a los 12 meses o 20, antes de que ella estuviera lista o cuando lo estaba, probablemente todavĂa me sentirĂa asĂ: melancĂłlico y renuente, triste y un poco de corazĂłn. roto, yo que no amaba la lactancia materna. Fue entonces cuando se me ocurriĂł algo: de muchas maneras, en realidad necesitaba amamantar tanto como ella. Cuando me imaginĂ© que paraba, que estaba totalmente hecho, que se estaba secando para mi hija, para dejar espacio a mi hijo, comencĂ© a llorar.
LlorĂ© porque muchas cosas iban a cambiar. LlorĂ© por mĂ misma, siempre la que podĂa calmarla lo mejor posible, llenando su vientre de calor, rodeando su pequeño cuerpo con amor, solo nosotros balanceándonos de un lado a otro en la mecedora, los sonidos de la noche mezclándose con el bajo retumbar de ” ocĂ©ano “suena que le pondrĂamos para ayudarla a dormir. LlorĂ© porque era su Ăşnica madre, y probablemente era mi Ăşnica niña, siempre, transformada de nuevo en un reciĂ©n nacido cada vez que se enganchaba, su dulce y dulce rostro se apretaba en mi carne, un recordatorio de su origen, parte de mĂ, y ahora finalmente dormida en mis brazos donde realmente sentĂa que pertenecĂa.
LlorĂ© por las etapas de ella que ya se habĂan escapado, y por las que pronto estarĂa perdiendo. Ella ya estaba creciendo más y más lejos del baby-dom con cada deslizamiento de escala, cada paso ascendĂa como una “niña grande”, cada palabra nueva se hablaba en voz baja al principio, y luego tan fuerte y orgullosa, era como si hubiera sabido todo el tiempo En muchos sentidos, me di cuenta de que sentĂa que la lactancia materna era todo lo que me quedaba, aparte de las fotos de bebĂ©s y la ropa de bebĂ© guardada, de esos primeros meses mágicos como mamá.
A medida que continuamos por el camino de decir adiĂłs a la enfermerĂa, con solo una breve sesiĂłn cada dĂa, trato de recordar que esta es el punto de todo, que los bebĂ©s no se quedan para siempre, que los amamos, los cuidamos y los alimentamos para que vayan al preescolar, aprendan matemáticas, tengan su primer beso y, finalmente, crezcan arriba.